Río Queguay - Oct/2021 (Calzada Andres Perez - Barrancos de Henderson)



Bitácora:


Curso: Río Queguay
Recorrido: Calzada Andres Perez – Barrancos de Henderson
Distancia: 64 km
Estado del Cauce: Muy bajo
Clima: Caluroso y soleado
Días: 4
Lugares / acampar: Muy difíciles de encontrar para 16 personas - aceptables
Año: 2021
Fecha: 30/10/2021 al 2/11/2021
Departamento: Paysandú
Recorrido en Google Earth rqparbh21.kmz
Fotos: www.photos.app.goo.gl


Río Queguay (a puro barranco)


Foto de portada del relato

Desde la Calzada de Andrés Pérez hasta la estancia de Henderson.
Noviembre de 2021.

Club ACAL – madrugada del sábado
Todo pronto, canoas, montones de tarrinas con comida, hoyas, luces, parrillas y tantas cosas más, bien estibados y atados en el tráiler. El grupo demuestra una vez más la experiencia, organización, cuidado y sobre todo el cariño por lo que hace.
Había que salir temprano, a la 01:00, porque el tiro es largo, son 6 horas de camión por más que Mauricio meta pata. Somos un relojito, pero… falta Miguel! Esperamos un poco y salimos.

Dijeron que nos venía “corriendo de atrás”, aunque pasaron los kilómetros y los pueblos y no nos había alcanzado. Llegamos a Trinidad, en la gasolinera nos esperaba Aqua, pero Miguel no estaba. Hasta que pasados unos minutos apareció, en un taxi montevideano, como venido de otra dimensión. Una anécdota que seguramente será contada durante años en los fogones.

En el viaje no se sintió frío y llegamos al puente viejo (calzada) de donde partimos con un día caluroso y soleado. El agua corría suavemente, y la bajada aunque medio embarrada no fue difícil.
Los ríos no se brindan siempre, el Queguay es de aquellos que crece muchos metros en pocas horas hasta llegar a la calzada de los puentes. Pero ésta vez nos recibió con los brazos abiertos.
Cobró su peaje cuando había que acampar, había que hundirse en un barro pegajoso, dejar que los tábanos y jejenes no llenaran de ronchas y subir todas las cosas por unos barrancos altos, empinados y resbalosos.

Una vez arriba, la primera noche, plantamos las carpas a la salida del monte ante una pradera que se abría inmensa, ondulada, pedregosa, cubierta de pasto de verde intenso, tocada apenas decorada por esos sufridos árboles criollos que aparecen cada tanto como escapados del monte.
Horacio mostró su sapiencia de asador, no necesitó mucho fuego aunque la leña abundaba, ni tuvo que pararse demasiado; entre amargos y charlando hizo que las colitas quedaran a punto, que el cerdo tomara ese gusto especial que le dan las brasas, los chorizos doraditos, y también una gran calabaza ocupaba un lugar de la parrilla garantizando una dieta balanceada.

Domingo
A la mañana siguiente se nos unieron Rosi, Fiorella, Carlos y Javier. Tuvieron que atravesar una estancia recorriendo un camino vecinal para llegar a la orilla. Gritos, abrazos, besos hacían la alegría del encuentro.
El espectáculo del río deslumbra, remar por él provoca esa sensación extraña de estar allí en el medio de todo. Los barrancos cambiaban de colores con cada curva, yendo y viniendo entre tonos de terracota al gris. Arboles de troncos oscuros que vencidos por las crecientes se despeñan por las laderas. Muchos aparecen en la superficie como estatuas, ramas a flor de agua, otras como columnas o brazos que se retuercen.

El agua trabaja la arcilla y la tierra de las laderas y la moldea en esculturas naturales de formas caprichosas que nos van sorprendiendo a medida que avanzamos.
Llegada la tarde hubo que acampar trepando un nuevo barranco en medio del monte criollo, y cada uno fue buscando entre las ramas un huequito para las carpas. Es que el Queguay se precia de estar bordeado por una vegetación natural muy extendida, lo que hace que los lugares abiertos sean contados. Es difícil encontrarlos si no se conoce la zona, y a veces no se llega primero.

La segunda noche Horacio se mandó un guiso con verduras seleccionadas, que kilo de arroz mediante creció bien abundante para el almuerzo siguiente. La hoya a full llevada en su canoa por Rosi y Javier con el cuidado que cuentan le ponían los indios patagones designados para transportar el fuego.
De nochecita nos sorprendió una invasión de efímeras, unos insectos de alas transparentes que llegaron a millares en una nube imponente. Como su nombre, unos minutos después desaparecieron dejando el piso cubierto. Inofensivos a pesar de la impresión que provocan, al punto que Gabi recogió un montón en la mano.

Lunes
Las correderas que se forman entre piedras o ramas, parecían estar puestas sólo para divertirnos, para alegrar la monotonía de los lagunones. No hubo volcadas, pero al pasar por un sarandisal un tronco a flor de agua le hizo un buen tajo a la canoa del Aqua que obligó zarandear el achicador. Actuó rápido el equipo de reparaciones y bien vendada nos siguió llevando sin quejarse más.

El agua estaba tibia, clara y profunda, playitas que poco a poco se iban haciendo más arenosas y el sol fuerte fueron una invitación a muchos baños, zambullidas y hasta una guerra de agua de aquellas. El verano se adelantó a saludarnos.

El tránsito de paisanos pescando en el río nos llamó la atención. Gente amable, siempre dispuesta a dar una mano. Gracias a ellos pudimos ubicarnos en un momento en que tartamudeó toda la tecnología en que nos apoyábamos.
El espectáculo del Queguay provocaba un torrente de sensaciones que desbordaba los sentidos. No se vaya a creer que se trata del asombro de un citadino que ignora que el nombre de su país es el de un río de pájaros pintados. Cruzamos a un lugareño pescando en su canoa, que al pasar dijo bajito algo así como “vieron a qué río los trajeron!” Es que el Queguay tampoco deja de conmover a los hombres que lo rodean.

El espectáculo hace que el esfuerzo no se sienta, y que todas las dificultades valgan la pena. Pero además está el grupo. Ni las barrancas, ni las tormentas, ni el barro pueden con las manos y los brazos que se juntan haciendo cadenas que suben y bajan tarrinas y canoas, juntan leña, arman toldos, cocinan, limpian, arreglan y se mueven en todas las tareas como si fuera una diversión.
Armadas las carpas y organizado el campamento las sillas se acomodan una al lado de la otra cerca del fuego en un orden que no precisa más reglas que el respeto, en ellas se sientan voces siempre alegres que charlan, cuentan, hacen chistes y siempre ríen.

La última noche parecía que los pronósticos se cumplían y se venía el temporal; nos cubrían nubes cada vez más densas y oscuras traídas por un viento que se hacía más fuerte. Armamos rápido las carpas, el toldo y nos preparamos. Pero Eyal, alumno de muchas clases de Neptuno y Eolo, se paró frente al cielo y pronunció el conjuro “se va para el Sur”. El temporal rezongó, amenazó, pero se alejó y no pasó de un mal sueño; porque a la mañana siguiente despertamos de nuevo con sol y un día final espléndido.

La cena de despedida se celebró con las arepas de Miguel. Alta cocina de distintas nacionalidades en medio del monte. Pasó a la historia aquello de que en las travesías se come arroz con corned beaf, hoy disfrutamos de cocina gourmet y de un master chef que recorre los ríos en canoa.

Martes
No hubo que remar mucho y llegamos a lo de Henderson al mediodía, como estaba previsto. Pero había que pasar el examen final, hubo que subir las canoas por una barranca empinada aunque esta vez sin barro y de una llamativa greda rojiza bastante firme y arenosa. De nuevo la cadena de brazos, jóvenes y con arrugas, delicados y forzudos, que se ofrecieron todos ayudando.
Antes de subir al camión hubo tiempo para sentarnos a almorzar y disfrutar por última vez de la ronda a la sombra del monte. Nos devoramos unos espectaculares arrollados de pollo que la mano de Horacio también había asado a punto.
Desde arriba de la barranca el río nos despidió con escenas impactantes como en el final de una gran película. Aunque la verdad es que no hay cámara que pueda retener esas imágenes de asombro y lo demás que nos regaló el Queguay.

Relato: José Antonio (Chino) Villamil
Fotos: Grupo Canotaje Travesía club ACAL







Río Queguay - Canotaje Travesía - Oct 2021

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