Mi vecino y amigo Sebastián, nos invita a mí, y su cuñado y amigo Sebastián (otro Sebastián) a participar de una remada de padres e hijos. Que estaba muy buena, y se hacen todos los años.
No entendíamos mucho como era, pero dijimos que sí. Y a los días me cae un mensaje, por ser integrado a un grupo que se llamaba “La familiar, 10 años”. Por unos segundos no entendía nada, ya que pensaba que pariente había realizado ese grupo, y por qué. Luego al recibir mensajes, me di cuenta que era un grupo del canotaje, aunque no entendía por qué se llamaba La Familiar.
Llego el 30 de noviembre, y nos encontramos ahí, 7 a.m. en Parador tajes. Y en pocos minutos se juntó el grupo para una presentación. Ahí comenzaron a aparecer personajes, El Acua, El Abuelo y hasta nuestro amigo Sebastián se convirtió en “bigote”.
En particular nos tocó ir con el rey de las canoas, con El Abuelo. Reconozco que al principio dude de lo que estábamos haciendo, yo en mi peor estado físico y sin remar por más de 10 años, con un hombre mayor, dos niños y una canoa inmaculada cargada casi hasta hacer agua. Deseaba que acampáramos frente al parador.
El viaje fue largo pero muy divertido. El abuelo remo mucho, mucho, pero hablo mucho más (como es su costumbre), pero le enseño cosas de continuo a los niños, eso es fantástico. También me enseñó a mí una lección de río (entre varias), es que el viento esta de frente siempre que se remas. Pasaron muchas cosas, un descanso con baño en el río, y una canoa doble que terminó separada. En el viaje de ida, todos opinaban de lugares más próximos y lindos para acampar (que yo no los conocía y no sabía de qué hablaban) pero nosotros íbamos rumbo al más largo pero más hermoso campamento.
Al llegar al deseado y hermoso lugar, las actividades comenzaron a fluir. Los niños juntaban leña para el fuego, los grandes armaban las carpas y algún jugo de uvas comenzó a circular.
Fue espectacular la organización, ya estaba todo calculado. La comida, con un rico asado para el mediodía y que sobrara. Unas ricas pizas a la parrilla por la noche. Y me sorprendió la cantidad de actividades para los niños y la familia en general. Los juegos fueron variando desde, carrera de embolsado, competencia de prendas, saltar la cuerda, hasta pescar al otro día con El Abuelo.
Hay muchas cosas que nunca me hubiese imaginado y que quedaron marcadas en mi memoria y la de mis hijos. Como la amasada de tortas fritas de los niños en una canoa dada vuelta, y El Abuelo a las 7 a. m. cortando el queso y el dulce de membrillo.
Me llevaría mucho tiempo contar tantas cosas que pasaron en dos días, que parecieron un ratito, pero quiero recordar tres.
Una el gran puente de canoas que realizo Acua, que cruzaba todo el río, y que los niños disfrutaron mucho, en especial Vicente, Mauro y Tiziano, que perdimos la cuenta la cantidad que fueron y vinieron.
La cuerda para tirarse al río, una genialidad, la diversión fue tremenda.
Y tercero, una llamada a un móvil a las 3 a.m. que despertó a todo el campamento, una llamada Al Abuelo, quien justificó al despertar, que era una clienta ja ja ja.
Llegó el momento de entregar los presentes, con muchos premios y recuerdos. Dicen que todos los años los dan, pero este era un año muy especial. Hacia 10 años que hacían esta travesía familiar, y nosotros teníamos el privilegio de ser invitados. Invitados que ya nos sentíamos parte de este hermoso grupo. Quienes nos integraron como si nos conocieran de la primera travesía.
Tuvimos que regresar, se terminaba el fin de semana especial, y todo seguía organizado de maravilla.
Al remar, como tenía que suceder para confirmar lo aprendido, teníamos el viento de frente.
Luego llegó la despedida calurosa en El Parador Tajes, con muchos saludos y con la promesa de volvernos a ver. De nuestra parte eternamente agradecidos, muy felices y habiendo vivido una experiencia con nuestros hijos y familia, única.
Ojala nos inviten el año próximo!
Ahí cuando llegué a mi casa, ahí me di cuenta, por qué, se llaman La Familiar!