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Río Queguay - Nov/2007


Bitacora:


Curso: RÍO QUEGUAY  
Recorrido: PASO ANDRÉS PÉREZ (R4) - ESTANCIA DE HENDERSON
Distancia: -
Días: 3
Año: 2007
Fecha: 02/11/2007 al 04/11/2007
Departamento: PAYSANDÚ  
Recorrido en Google Earth Quegua_AH.kmz
Fotos: www.picasaweb.google.com/travesiasacal

 

 

Río Queguay

Noviembre 2007

 

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Fecha: 1º de noviembre de 2007

Participamos, Ariel, Víctor, Diego, Leo, Geraldine, Fernando, Aquaman(Gerardo), Carlos Humberto, Daniel, Pie Grande(Alejandro), Dora, Fernando(otro Fernando), José y yo, Laura.

 

Salimos de travesía la nochecita del jueves 1 de noviembre, desde el Club ACAL. Recorreríamos el río Queguay en un tramo de 60 km aproximadamente, desde el Paso Andrés Perez, en la ruta 4 hasta la Estancia de John
Henderson.

 

Llegando de madrugada al lugar de donde partiríamos, (y después de un viaje de unas cuantas horas hasta Guichón) a la rueda izquierda del trailer de las tarrinas, se le partió el eje. Era una noche bien oscura, llena de estrellas, así que en el medio de la nada, de las puteadas y de la incertidumbre, vemos venir a lo lejos dos luces de un auto, les hacemos señas, son cazadores y traen un jabalí que no vimos.

 

Hablando y conversando todos escuchamos que el hombre dijo en un momento, "y yo lo puedo arreglar", "perdón ¿qué dijo?", "si, que lo puedo arreglar, soy mecánico", fue una maravilla darnos cuenta de que todo estaba bien de nuevo y podíamos seguir sin problemas.

 

Cruzamos el puentecito de la ruta 4 y los focos de los autos alumbraron un bulto en el pasto, era un hombre durmiendo, un caminante, pese al bullicio que metimos no se movió, allí se escuchaba una caída de agua, se podía reconocer que provenía desde más arriba del Paso.

 

A la mañana, un par de horas después, salíamos suave, río abajo; algunos calentamos un poco subiendo hasta un recodo, esperando ver la caída de agua que se escuchaba, pero no llegamos. La mañana fresca y muy húmeda era iluminada por los oblicuos rayos del sol de la mañana, el verde de los árboles en primavera comenzaba a encenderse, el caminante sentado, y envuelto en sus mantas comía algo, estaría deseando que nos fuéramos, digo yo.

 

Fuimos entrando en tema hasta llegar a la primer corredera que vimos desde lejos, como el río estaba crecido, medio metro de su nivel habitual, la corredera no estaba muy peligrosa, de todas maneras tenía una ola de metro y medio aproximadamente(·), lo que provocó el hundimiento, léase bien, el hundimiento y no el vuelco, de dos de nuestros compañeros, canoeros viejos, Diego y Leo.

 

El Queguay, en el tramo que atravesamos es un río encajonado, con barrancas de ambos lados, prácticamente sin costas de arena, con varias correderas y sarandisales atravesándolo, el monte nativo que atraviesa es único en el país. Se ha sugerido que pase al SNAP (Sistema Nacional de Áreas Protegidas) así que nuestra travesía en canoa, nos permitió acercarnos a ese mundo de bellezas naturales del mejor modo. El monte ribereño es hermoso, los árboles se inclinan sobre el río, algunos muy altos, está lleno de sarandíes, que en partes cierran el curso del agua. Impacta la frondosidad del monte y la altura de los árboles, algunos se pueden reconocer pero otros los adivinamos. Si bien teníamos referencia de la gran cantidad de aves, no vimos tantas, algún martín pescador, águilas y garzas moras, biguás y zorzales, si pudimos, escucharlos a todos, a la mañana y al atardecer en que cantaron invadiendo el paisaje, en cuanto a peces, vimos un dorado desprendiéndose de la línea de un pescador, nos impactó por su tamaño.

 

En la segunda corredera, quedaron sumergidos, uno de nuestros superhombres Aquaman, y el Príncipe Carlos Humberto, éste había quedado prendido a una rama de la que no se quería soltar dado que el río corría fuerte y él iba sin chaleco, fueron a su rescate Daniel y Pie Grande, que lo llevaron agarrado a su canoa por un buen trecho.

 

La otra corredera fue un poco más difícil, un sarandisal atravesaba el río, que a su vez se doblaba casi en ángulo recto, por la derecha había un espacio más grande pero también un lugar por donde corría más rápido, siendo inexperientes nos quedamos un poco a la espera de lo que gente más avezada pudiera ver, y así fue que Daniel dio con un lugar por el cual con el machete podía ir abriendo una brecha por donde pasar, así fuimos río abajo, canoa en ristre, uno a uno. Daniel, abriendo paso. No fue muy largo y si hermosísimo, toda la flora en su esplendor de primavera, los compañeros estrenando un destronchador nuevito, comprado para sortear eventualidades como ésta.

 

Nos bañamos y el río nos llevaba corriente abajo, casi todos aprovechamos a nadar un poco, el agua espectacular.

 

Habremos remado unas 6 o 7 horas en el día, todo muy bien, sin mayores esfuerzos y con un clima ideal para canoar. El monte que encontramos para acampar estaba en el medio de una maleza de ramas intricadísima, yo no tenía ni botas de goma ni calzado adecuado para pisar ese barro y ramas que nos tragaban, y deseando tener suerte me bajé de la canoa. Creo que solo yo andaba descalza, y todos los compañeros en algún momento se preocuparon por mis pies. Tuve suerte, nada me lastimó.

 

Ese fue el campamento de los bichos peludos. En cuanto trepamos el barranco empezaron a aparecer, son pequeños, oscuros, casi grises, con dos líneas de pelitos, caen de los árboles en primavera, ¡llueven bichos peludos! todo el mundo bancó heroicamente alguna de las picaduras que inevitablemente nos produjeron, cabe agregar que ¡ bien por Dora y su Piracalamina!, después, 15 kilos de colitas de cuadril a la parrilla y la carne asada quedó espectacular.

 

El monte nativo es de una belleza infinita, tupido, achaparrado, los rayos de sol lo atraviesan en haces de luz, iluminan los hilos de las telas de arañas que unen un árbol a otro, o simplemente caen. En el monte hay un zumbido de enjambre, un árbol al lado de otro, troncos angostos, follaje bajo, líquenes y hongos, claveles del aire con flores rosas, y matachines lilas y amarillos, espinas saliendo de los troncos en ramilletes, tal cual alguien las hubiese puesto ahí para defenderse de no se qué. Mantos de telas de araña llenos de bichos peludos semejan un nido de serpientes ponzoñosas. Caminar por dentro es un desafío, es estar inclinado y esquivando ramas, raíces retorcidas a nivel del suelo y espinas por todos lados, el suelo está plagado de llantén con unas hojas enormes. También aparecen árboles de troncos gruesos cuyo follaje se abre por encima de todo. Pasamos muy bien, cerca del fuego, conversando y riéndonos, tomando mate y comiendo.

 

Me gustan las mañanitas cerca del río, sentir el fresco del aire y ver la superficie del agua cubierta de bruma, los pájaros cantan sin parar.

 

El segundo día, ya en plena travesía, le agarramos el gustito a la cosa y navegamos contentos, ese día estrenamos la olla nueva, muy grande, como para hacer cantidad de comida, en éste caso fideos a la noche. Al medio día paramos en un lugar muy raro. Nos cuesta encontrar donde poder bajar, el monte se adentra tanto en el río que es imposible dar con una margen despejada en donde detener las canoas. El barro de la orilla parece firme pero apenas lo pisas te hundís hasta la rodilla cuando no más, pusimos la olla con la carne sobrante del día anterior en el medio del barro y cada unos se acercaba a aprovisionarse, imposible sentarse, el barro se licuaba en el contacto con los pies.

 

También, la gran cantidad de ramas y árboles secos, que se ven en las márgenes del río, apretadas contra los árboles más altos me parece que tiene que ver con la última gran inundación, hasta muy alto se apoyan gran cantidad de ramas muy grandes algunas, tejidas entre sí. El río se ve muy limpio, al punto que tras haber perdido gran parte de la provisión de agua en las correderas, consumimos su agua sin problema, obviamente la hervimos.

 

Después del almuerzo la gente descansó tranquila de que todo andaba bien. Algunos en las canoas, escuchando el rumor del río desplazándose. Dora y Fernando siguieron río abajo dejándose llevar por la corriente y disfrutando plenamente del paisaje, se bañaron con la tranquilidad de saber que no había ningún apuro para cumplir la etapa prevista para éste día.

 

Disfrutamos de todo. Paramos a bañarnos en un pequeño recodo donde un tronco nos permitió zambullirnos y el super Aquaman, se tiró desde arriba del barranco por encima de la canoa que estaba debajo. Impecable. El otro super, Pie Grande se dejó ir río abajo nadando tranquilamente, lo alcanzó Daniel con la canoa. Diego nos sacó un montón de fotos.

 

Nos cuesta dar con un buen lugar donde pasar la segunda noche, pequeñas discusiones e indecisiones nos fueron llevando río abajo, pero valió la pena la espera, encontramos uno espectacular, poco barro, algo más de arena, pasto, árboles viejos y gruesos, restos de un fogón, buen espacio para caminar y desplazarse, cerca nuestro unos cazadores con un perro, acampaban también.

 

Nos bañamos con todo, Aquaman presentó un desafío que consistía en cruzar el río nadando ida y vuelta, sin que la corriente te arrastrara, ellos, Pie Grande, Daniel y él, lo cruzaron diez veces como si fuera nada, un arroyito, los demás más respetuosos de la limitaciones propias y de la fuerte correntada, cruzamos según, yo con chaleco, Dora y otros por una cuerda que fue atravesada de lado a lado. Fue un momento buenísimo.

 

Los últimos rayos del sol iluminaron las copas de los altos árboles de la margen izquierda del río y un viento fuerte se levantó ya entrada la noche. Temimos un temporal, tomamos algunas precauciones y a dormir.

 

El domingo, amaneció un hermoso día muy fresco, más de lo que esperamos o creímos que pudiera suceder. Sabiendo que no nos esperaba un gran trecho de navegación, nos largamos tranquilamente casi a dejar que el río nos llevara, constatamos que íbamos a unos 4 km por hora si no remábamos y a 6 si lo hacíamos, así que todo muy tranquilo. Los GPS de Diego y Víctor nos daban una referencia adecuada de lo que habíamos recorrido y los cursos de agua que llegaban hasta el río en forma de sangradores o arroyos habían ido apareciendo más o menos como se esperaba, los recodos del río eran tantos que era muy divertido jugar con el desplazamiento natural de la corriente al dejarse trasladar por ella.

 

Un árbol acostado en el río, Daniel que quiere saltarlo y volver a sentarse en la canoa, nos matamos todos de risa y él quedó en el árbol esperando que lo fuera a buscar Pie Grande. La espalda desnuda de José, muy tentadora para dejarla así sequita y tomando el sol tranquilo como estaba, así que los macanudos allá fueron achicando agua en su espalda, en la canoa de Diego y Leo, Geraldine y Fernando, y bañando a Dora, que qué se iba a creer, que iba a quedar así, sin que la mojaran.

 

La gente se detuvo en un mirador de aves, subieron y pudieron ver el paisaje a la distancia, José y yo nos bajamos en la margen izquierda en un lugar donde había huellas frescas de jabalíes y otro animal que no pudimos reconocer, las marcas de las patas y las osadas se desplegaban por la costa y subían por la pendiente.

 

Nos llevó un poco más del rato previsto dar con la estancia, pero la gente nos esperaba en la margen derecha, bajamos en unas losas de piedras, nos sugirieron que siguiéramos un poco más y bajáramos en una playa, nos quedó la duda de si era mejor, pero no teníamos mucha opción.

 

Un último baño, comer, los compañeros que van a buscar los autos, un monte que siguió siendo espectacular, sombrío y frondoso contra el río, y más allá, pasto y árboles dispersos, un monte parque hermosísimo.

 

Quizás cansados, también muy contentos alcanzamos los autos que se habían adelantado un poco, fui caminando y conversando lindo con Diego y Fernando, el sol alto y fuerte, el aire fresco. Pasamos a agradecerle a John Henderson, un hombre sencillo que estaba trabajando, le pintaban el lomo a unas ovejas con una pintura roja, desde la casa de Henderson unos niños nos saludaron con la mano en alto.

 

Todos queremos volver.

 

(·) en realidad medio metro.

 

Relato: Laura Barú
Fotos: Grupo Canotaje Travesía club ACAL

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Canotaje Travesía - Río Queguay - Nov 2007


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