Esta travesía comenzó como tantas otras para los canoistas del club Acal. Un viernes a la noche mientras los muchachos cargaban de memoria el camión de Mauricio y colocaban las canoas en el tráiler. El ambiente era distendido, aunque como era de esperar, todos estábamos ansiosos por comenzar la aventura, especialmente porque el pintoresco aroma del mar en esa zona de Malvín ya empezaba a marear hasta a los más experimentados navegantes.
El viaje hasta Melo llevó toda la noche, allí desayunamos mientras se apagaban las luces de las calles y la luz del sol tomaba fuerza. Sin perder mucho tiempo el camión encaró el último tramo de ruta que quedaba para llegar al puente del Paso Aguiar. Estando ya bajo el puente de la ruta 26 el grupo preparó las embarcaciones con la eficiencia de un equipo de boxes de fórmula uno. La travesía había comenzado.
El río se presentaba tranquilo, sinuoso y notoriamente bajo. Pude tener la certeza de esto último cuando al zambullirme en el medio del río mis pies tantearon a poco más de un metro el lecho arenoso. El paseo del primer día se hizo muy disfrutable mientras avanzábamos por el apacible río flanqueado por el tupido monte rivereño. Avanzada la tarde decidimos acampar en una playa sobre lado interno de un largo giro que daba el río. Establecido el campamento y prendido el fuego nos dispusimos a merendar mientras el sol se ocultaba sobre la otra margen del río, sin saber que una fiera furibunda nos acechaba.
Pocos minutos después de que el sol se había puesto, como si fuese un ataque planeado se descolgó la más atroz invasión de mosquitos famélicos que me haya tocado vivir. La situación no tenía remedio; ni el repelente, ni el humo ni cualquier cosa que intentáramos parecía amedrentarlos, incluso picaban a través de la ropa. Tragué unos pedazos de un delicioso asado y corrí a refugiarme en la carpa. Allí estaba a salvo del tormento que acababa de sufrir pero hacia un calor insoportable. Esta invasión se repetiría durante las siguientes dos noches.
Recomendación: NO SALIR DE CANOTAJE EN VERANO
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En el segundo día la nota la puso un inesperado salto de agua que no podía ser visto hasta que uno se encontraba prácticamente sobre él. Lo único que podía hacer intuir su presencia fue la aparición algunos metros antes de grandes losas de piedra. De cualquier manera el experimentado equipo pasó sin grades dificultades el obstáculo. Incluso algunos aprovecharon para volver a domar el salto, esta vez sin el pesado equipaje. El último día con un poco de lluvia pero sin retraso llegamos a Paso Pereira donde junto a la balsa nos esperaba Mauricio para emprender el viaje a casa.
A grandes rasgos puedo concluir que se trata de una travesía disfrutable y con un nivel de exigencia bajo, aunque también se puede encontrar algunos obstáculos para poder divertirse un poco. Además con un grupo de gente como el del Acal seguro se pasa bien. Finalmente vuelvo a repetir la advertencia de evitar realizar este tipo de travesías en verano especialmente para evitar a los mosquitos furibundos.
Relato: Manuel Barreiro
Fotos: Grupo Canotaje Travesía club ACAL