¡Cuchilla de Laureles! - Salto de Armua y más
Partimos el 24 de agosto en varios autos y a distintos horarios, algunos más temprano y nostalgiaron en algún rincón de Tacuarembó, otros partimos más tarde y el auto se convirtió en un cómodo lugar donde descansar un par de horitas antes de tomar el camino de tierra que nos llevaría a disfrutar de rincones extraordinarios.
A la hora acordada y con buena puntualidad, los demás autos se fueron sumando hasta que, cuando estábamos todos, comenzamos a ingresar por el camino de tierra hasta dar con nuestros amables guías: Elois y su afectuosa familia.
Salto de Armua y Salto de las Bandurrias
El primer día fuimos a dos hermosas cascadas. Para poder llegar a la primera, caminamos algunos kilómetros entre praderas, ríos y monte. Hermosa, ella nos recibía con un enorme lagunón que abrazaba el agua de la cascada sin dejarla escapar; entre sus plantas y rocas almorzamos luego de un refrescante baño. La segunda cascada era más pequeña, pero bastante alta.
Luego de caminar bastante y disfrutar de las cascadas llegamos a armar campamento, merendar y en la noche, alrededor del fogón mientras Horacio hacía el cordero y sonaba una guitarra, a algunos el cansancio nos fue ganando y no llegamos a cenar…
La noche estaba hermosa, el cielo estrellado como pocas veces se puede disfrutar, pero en la madrugada se comenzó a levantar el viento y se empezó a sentir un murmullo de gente levantada acomodando las carpas. Por suerte el viento pasó, pero dio lugar a la lluvia; llovió bastante, pero eso no impidió que los madrugadores arrancaran con el mate en el galpón, tempranito.
La lluvia pasó y luego del mediodía pudimos ir a visitar dos cascadas más.
En la primera, el agua caía desde los alto, recorriendo las rocas y metiéndose entre la vegetación. La segunda la vimos desde lo alto, no sin antes cruzarnos en el medio del cerro con lo que parecía un pequeño caracol de mar… ¿en un cerro?
Entre amarillos, lilas y celestes, el sol se ponía, el guiso que había hecho Fernando con varios colaboradores olía cada vez más rico, el mate se transformaba en caña y el truco se oía gritar. Selva, el Don (gran mentiroso) y el chiquito (ligador) contra Santi, Julio y yo. La alegría nos duró poco, pero de verdad Seba “el chiquito” es incontrolable, ¡¡¡que alguien le diga que en la vida no se puede ser ni tan atrevido ni tan ligador!!!
La noche estuvo tranquila, hasta que el gallo, por segunda noche consecutiva, cantó nuevamente a las cuatro de la mañana… la noche anterior había estado algo más tímido por el viento y la lluvia, pero esa madrugada cantó y cantó bastante… En ese momento recordé algo que sucedió cuando era más chica: un gallo se cayó de unas viviendas que había atrás de casa y apareció en el jardín, nadie vino a reclamarlo, y una señora que trabajaba en casa, tan amablemente se lo llevó; como ella ya tenía gallo y al parecer este era medio malo, su destino fue una portuguesa...
La mañana amaneció nublada. Luego de que Seba le diera la mamadera al cordero, partimos a ver más cascadas. Para ganar tiempo y aprovechar la mañana, fuimos en distintos medio de locomoción, incluyendo una moto en la que fue Carlos y Seba con el Don fueron a caballo. No se se sabía cuál de los dos estaba más feliz… El sol salió y varios se bañaron en las cascadas.
Al regreso, levantamos campamento, almorzamos, juntamos algunas naranjas, Rafa ayudó a la familia con un DVD, yo ayudé con unos deberes de matemática y emprendimos el regreso no sin antes pasar por otras cascadas, algunos se bañarnos nuevamente y despedir a la familia. Pese a las horas de lluvia, el clima ayudó y pudimos disfrutar cada una de las cascadas que visitamos.
Pasamos tres días hermosos, fuimos receptores de mucho cariño (además de cosas ricas como pizza y tortas fritas) junto a una cálida y divertida familia.
Luego de despedirnos, y antes de comenzar nuestro retorno, Rafa, Martín, Any yo, fuimos al túnel ferroviario de bañados de Rocha.