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Relatos Canotaje travesía


Arroyo Cuñapirú - Abr/2009


Bitacora:


Curso: ARROYO CUÑAPIRÚ
Recorrido: PASO DE LAS PIEDRAS (RUTA 29) - ANSINA (RUTA 26)
Distancia: 79 km
Días: 5
Año: 2009
Fecha: 04/04/2009 al 08/04/2009
Departamento: RIVERA - TACUAREMBÓ
Recorrido en Google Earth ACR29D.kmz
Fotos: www.panoramio.com

 

 

Cuñapirú - Turismo 2009
Sufrido Bautismo

Arroyo Cuñapirú - Abril 2009

 

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En los últimos años, el viernes Santo, Pancho llegaba al rancho de Punta del Diablo, con huevos de pascuas para los niños y vino para el cocinero, a comer bacalao. Luego de sentarse comenzaba a quejarse del cansancio del canotaje que siempre realizaba con el ACAL en Turismo. Con María siempre queríamos empezar el canotaje pero el rostro de sufrimiento de Pancho nos detenía. Esta última semana tomamos coraje y aceptamos el desafío de nuestra primera experiencia canoera para poder confirmar o negar las visiones prestadas que sobre canotajes varios, teníamos.

 

Todo comenzó temprano en la parada de Manuel Díaz en la Ruta 5 acompañando a aquellos que llegaron en ómnibus con mucho tiempo para esperar el retrasado camión que transportaba al resto de los integrantes del viaje. Por supuesto la espera provocó estragos en las reservas alcohólicas de los primeros en llegar. Allí empecé a notar las características del sufrimiento que recordaba el Pancho.

 

El inicio del viaje se caracterizó por una apurada visita a la vieja usina Hidroeléctrica de la Mina de Oro de Corrales. Construida en el último tercio del siglo XIX fue la primera represa de estás características en el continente americano, dejando de funcionar en la década del ochenta del siglo pasado.

 

Por consejo de Celiar la primera jornada se hizo sin carga, debido a una cantidad de piedras y rápidos que asomaban apenas superada la primera curva. Allí empezó el canotaje; bueno en realidad, allí empezamos a caminar, con mucho cuidado entre los rápidos y las piedras. Comprendí rápidamente que lo primero que tiene que cuidar un buen canoero son sus pies y sus tobillos, por suerte sorteamos está primera etapa sin demasiado daño corporal; viendo con envidia como los únicos que sortearon la mayoría de los rápidos y saltos, con habilidad y coraje, eran Carla y Hugo, que casi nunca se bajaron de la canoa.

 

Esa primera etapa nos colocó en una posición que nunca abandonamos a lo largo de la travesía, cuidados por Daniel que nos abandonó al ver nuestro ritmo y perseverancia fuimos siempre los últimos. La lluvia también se presentó a lo largo de esta jornada, lo suficientemente fuerte como para hacernos sacar la ropa necesaria y lo necesariamente corta para dejarnos avanzar en un viaje que contó con un clima excelente a lo largo de los días. Al mediodía compartimos un frugal almuerzo caracterizado por milanesas y abundante vino que nos preparaba para el primer sufrimiento organizado: la cena.

 

Preparados para lo peor en la tarde tuvimos conocimiento de una de las mejores experiencias que pueden tener unos noveles canoeros en su primera experiencia. Esta es la profunda satisfacción y alegría que provoca encontrar a todas las canoas reunidas a la vuelta de un recodo del arroyo. No hay paisaje mejor. Por supuesto que dura demasiado poco, especialmente para los que vienen retrasados.

 

Por fin llegamos al primer campamento en el Rincón de los Tres Cerros. Magnífico lugar en donde nos esperaban los bultos y un maravilloso cordero que hablaremos con detenimiento más adelante. Allí vimos a Daniel trabajando con ahínco en preparar la cena, la sufrida y exigua cena que premia duramente el esfuerzo diario de los navegantes. Así me lo imaginaba yo recordando los dolorosos comentarios del Pancho en nuestro Rancho. Para nuestra sorpresa la frugal cena consistió en diecisiete kilos de colitas de cuadril rellenas. Un menú que superaba con creces el de las mejores parrillas que he visitado.

 

Noche maravillosa en la que nos arrepentimos de no cargar con colchones inflables. Al amanecer los huesos reclamaron por un breve momento un mejor descanso.

 

Nuevamente luego del desayuno que no tuvo nada de frugal, de alguna mágica tarrina surgieron quesos y dulces como para afrontar la nueva etapa.Segunda etapa en que fuimos bautizados por los experientes, por primera vez sentí miedo de que se hundiese la canoa. Luego del ritual de iniciación quedó llena de agua hasta la mitad. Mientras, entredientes y bajito, prometía dulces venganzas que no llegué a ejecutar. La jornada mejoró con respecto a la anterior. Hicimos un poco más de canotaje y un poco menos de caminata. Mientras mirábamos con asombro como éramos acompañados por los perros de la estancia. Antes de salir varios fueron a buscar agua a las casas que “quedan por allí cerca” según Celiar.


Por lo visto las distancias varían en el norte profundo ya que el allí cerca fue una larga caminata de más de dos horas entre ida y vuelta. Además del agua se trajeron los perros que a lo largo de las próximos días fueron una preocupación constante; por el interés demostrado por los caninos en el cordero y por el estanciero que reclamaba los perros escapados para disfrutar de su turismo.

 

En este segundo día, además de remar y apreciar las bellezas de las costas del Cuñapirú, navegar varias decenas de kilómetros a la sombra de los cerros o pasar por el costado de la Mina de oro de Cuñapirú, mina que se sospecha que contamina al arroyo, pero sobre lo que hay poca investigación oficial; uno va conociendo un maravilloso grupo humano.Con ese grupo festejamos dos cumpleaños, el de Celiar, veterano canoero y desde hace años anfitrión de los grupos de canotaje que se realizan en el norte, que siempre rema acompañado de su perra Luna, generando curiosidad entre aquellos que lo ven por primera vez. Gran sorpresa generaba este gigantón cuando en los desayunos se oía la voz de su hermana que le ofrecía un tecito, mientras él aceptaba con un gesto de ternura y suavidad totalmente inadecuadas en un hombre de su apariencia. El segundo cumpleaños que se festejó fue el de Pablo, joven aspirante a ingeniero cruza de adolescente y liebre, que a lo largo del viaje siempre lo vimos corriendo. Escapando velozmente de sus perseguidores que pretendían bautizarlo y apareciendo de pronto en las alturas de los barrancos cual Johnny Weissmuller subdesarrollado haciendo casting para una película de cine mudo. Otra de las habilidades de Pablo consistía en recorrer el campamento a toda velocidad levantando bosta para quemar y espantar a los mosquitos.

 

En el tercer campamento, que fue bautizado como el bostero, tuvo una ardua tarea, pero cuando nos fuimos la playa sobre la que descansamos quedó irreconocible. Luego de que él la recorriera en todas direcciones a toda velocidad mientras levantaba y abrazaba para llevar al fogón todas las bostas depositadas allí por los mansos bovinos que en la noche escucharon sorprendidos el tremendo recital de ronquidos de los veinticinco cansados canoeros.

 

A esta altura del relato queda claro que una de las tareas asignadas a este novel canoero fue la de hacer el relato del viaje. Uno de los problemas de hacer estos relatos consiste en la maravillosa cantidad de imágenes que se superponen en la memoria. Quisiera hacer un breve comentario para el tiempo y la Luna que nos acompañaron durante la travesía. Ver esa luna maravillosa que iba llenándose a lo largo de las jornadas y que aparecía relumbrando por encima de las copas de los árboles y reflejándose en quieta superficie del arroyo es algo, que al decir de la propaganda de una conocida tarjeta de crédito, no tiene precio. Otra de las cosas que no tiene precio es la maravillosa relación que se dio entre todos los integrantes de la travesía, pese a lo cual mientras Celiar cocinaba su ensopado de cordero se dieron unos maravillosos partidos de truco con resultados variados. Pero uno de esos partidos tuvo consecuencias muy negativas para las reservas alcohólicas de Daniel, nuestro médico de cabecera. Su botella de Gregson´s hábilmente escamoteada fue sacrificada a un ritmo lento de varios tragos por punto, en un partido que quedó por definir, pero que debemos decir, en honor a la verdad, comenzó por un terrible vapuleo de Hugo y Alfredo a Alberto, el navegante impar que avanzaba raudamente en su kayak y a quien escribe.

 

El paisaje fue cambiando ha medida que nos acercamos al río Tacuarembó. Antes pasamos por la barra del Corrales, allí comencé a sospechar y lo confirmé posteriormente en el Tacuarembó que los ríos desembocan unos en otros sin darse cuenta. Las arenas se fueron afinando y blanqueando y las playas se hicieron más cotidianas y extensas, siempre rodeadas del maravilloso monte criollo en el cual descollan con su belleza impar entre todas las especies las altas y despeinadas palmeras Pindó.

 

El animal ovino que recibimos la primera noche, nunca supimos si era cordero, capón u oveja, dio para varias comidas. Un ensopado delicioso, una poroteada que se fue haciendo a lo largo de la jornada remojando los frijoles en una canoa. Cena que provocó el airado reclamo de Celiar de que los porotos estaban duros. Queja que no fue compartida en el mismo tono por otros integrantes de su familia que defendían el maravilloso punto de cocción en que los mismos fueros disfrutados. Eso sí la última noche se generó una fuerte discusión sobre el punto del arroz que acompañó los últimos restos del sacrificado ovino.

 

El escribidor de esta nota fue derrotado por el cansancio en la cuarta jornada, la más breve de todas, pero la que permitió una extensa siesta en la orilla del Tacuarembó. Siesta que fue interrumpida con los atronadores gritos de un partido de canopolo. Deporte que descubrimos en lo más profundo del norte uruguayo y que se caracteriza por llevar una cuadrada pelota hacia una boya. Pelota disputada por dos equipos de dos canoas cada uno que provoca extrañas maniobras que ponen en riesgo la integridad física de las embarcaciones y las mojaduras de sus integrantes. El cotejo fue disfrutado por el resto de los asistentes desde una alta tribuna-barranco en la que no faltaron los comentarios de la Tota Maricarmen superando en precisión, análisis de las jugadas, valoraciones de los jugadores al conocido Toto Da Silveira. El público respondía a las arriesgadas jugadas con una sincronizada ola de admiración, emulando la conducta de las hinchadas de los eventos mundiales.

 

La mañana de la última jornada se dedicó a poner en forma algunas de las averiadas canoas. Luego de la demostración de habilidades reparadoras y de la ostentación del equipo necesario para hacerlo, soplete a gas, resinas, fibra de vidrio, etc. Que surgían como por arte de magia de las tarrinas nos pusimos al fin en marcha para completar la travesía. Esta fue la jornada con mayores incidentes.

 

Al poco rato de partir una silla fue arrebatada de la carga de una canoa por una rama de Sauce para luego hundirse en una de las escasas zonas profundas por las cuales navegamos. Luego de una extensa búsqueda que incluyó buzos con máscaras y snorkel la misma fue dada por perdida aunque había sido encontrada.

 

Al poco rato una canoa se dio vuelta, todavía luego de varias charlas no sabemos las razones. Si bien no hubo grandes daños a lamentar, nuestro promitente ingeniero perdió su remera del ACAL. Cuando uno de los solidarios miembros del viaje le ofreció otra igual para compensar la pérdida, el se negó a recibirla aduciendo que la suya… estaba mojada. El viaje culminó con un excelente blooper protagonizado por la hermanita de Celiar y consorte de este escribidor en las orillas de pueblo Ansina.

 

Levantadas las canoas y la carga intentamos prolongar la despedida con discursos, anécdotas y promesas de reencuentro. En ese momento descubrimos también los dolores del viaje y las extrañas pesadillas como el sueño de Rafael con el Chancho con plumas que merodeaba en nuestro viaje, pero eso será comentado en otros números de esta revista,… pero por psicólogos.

 

Al pasar por debajo del puente de la Ruta 26 habíamos recorrido 79 kilómetros. Un extenso, emocionante y maravilloso viaje de bautismo canoero, que nos integró a un maravilloso grupo humano, a la vez que nuestros músculos nos recordaban parte de las palabras de Pancho en el rancho y reclamaban una cama mullida. Aquí quedan brevemente estampados los recuerdos de nuestro “sufrido” bautismo canoero. Pero no puedo terminar estos recuerdos sin mencionar nuevamente a Aqua, Daniel y Leo que antes y durante la travesía se esfuerzan muchísimo para que todo salga maravilloso.

 

Relato: Fernando Pitta
Fotos: Grupo Canotaje Travesía club ACAL

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Arroyo Cuñapirú - Canotaje Travesía - Abr 2009


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