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1958 periódico …


6 marzo 1958

Texto de ANDRES DE ARMAS Fotos de FERRUCCIO MUSITELLI

AVENTUREROS DEL REMO

PRACTICAMENTE los ríos uruguayos son conocidos nada más que en los puntos en que una carretera o la vía férrea los cruza.
Por lo demás, muchas de las corrientes de agua de nuestro territorio apenas si han sido navegadas. En muchos casos, nada, o casi nana, se sabe de ellas y la empresa de recorrerlas enfrenta a los navegantes con las múltiples sorpresas de lo desconocido. Tal fue lo que nos ocurrió, por ejemplo, en el río Yí la primera vez que lo recorrimos. Su curso es endiablado y zigzagueante y en él se intercalan sucesivamente pintorescas playitas, bosques, barrancos de piedra, remolinos y decenas de peligrosos rápidos.
La frecuencia y espectacularidad de estos últimos hizo que un canoero definiera al Yí como "una escalera con agua". Este río ha cavado su cauce entre dos cuchillas que cada vez que se acercan estrechaban la corriente y la convierten es un infierno de espuma y aguas atorbellinadas.

Lo transcripto es un fragmento cualquiera de uno de los tantos relatos que hacen los miembros del Uruguay Canoas Club. En este caso era el señor Ariel Pazos, estudiante de Ingenian, quien narrara la historia de uno de los doce viajes que han realizado por los ríos uruguayos. Desde hace algunos años ya, organizan tales travesías impelidas originalmente por propósitos deportivos para, más tarde, hacerlas también con ciertas aspiraciones científicas. Así es como han navegado parte del Uruguay medio, el río Negro, el Queguay ("desierto y espléndido; su vegetación es tropical, con orquídeas y todo"), el Arapey, el Cuareim ("nos defraudó por su monotonía y porque encontrábamos puntos de venta de refrescos cada pocos kilómetros") y el Yí ("el más pintoresco y variado") y el Cebollatí. Este año planean explorar el Tacuarembó en 300 kilómetros de su curso. Cada viaje se Prolonga no más de veinte días, excepto en el Arapey donde invirtieron un mes en hacer el recorrido, y participan en ellos unos quince socios.

MILANESAS DE CARPINCHO
Los viajes son minuciosamente preparados. Se refuerzan Las canoas antes de salir, se llevan remos de repuesto, carpas (aunque algunos duermen en sus propias embarcaciones), armas, medicinas, gasificadores, faroles y entre los utensilios de cocina incluyen una picadora de carne pues si la cacería de carpinchos es rendidora hacen chorizos cuando quieren conservar la pulpa.
La alimentación, a pesar de la época en que realizan los viajes -pleno verano- debe ser rica en calorías y proteínas, y es más variada de lo que podría sospecharse. Con la carne de carpincho misma, además de chorizos, hacen guisos ("de esos de quedar la cuchara parad", dice un canoero) y hasta milanesas. Como, además, las pavitas de monte y las gallaretas no faltan nunca en los bordes de los ríos, los expedicionarios pocas veces tienen problemas con sus comidas y hasta les ha llegado a sobrar parte de la provisión de víveres que incluye grandes cantidades de arroz, verduras y pulpa de tomates.

DONDE EL PAIS ESTA DESIERTO
Sin embargo, todas estas precauciones no evitan los contratiempos ni los accidentes -que son frecuentes y de toda naturaleza- a lo largo de esas rutas tremendamente desiertas. "Hemos recorrido algunos de estos ríos durante semanas sin haber encontrado a un solo ser humano", asegura Jorge Quiñones, uno de los socios del Uruguay Canoas Club que en su vida normal es agente viajero.
Toda clase de contingencias azarosas acechan a los navegantes para poner a prueba la obstinación de sus temples deportivos: vuelcos de canoas en las que pierden implementos y víveres, canoeros que bajan a tierra, se internan en los montes y se pierden durante horas, lugares donde la corriente de agua se corta y hay que cargar con todo, temporales, crecientes, fríos, etc.
Como ejemplo cabal de las calamidades que suelen enfrentar los canoeros, recuerdan siempre un accidentadísimo y penoso viaje que hicieron por el Arapey. Cuenta Luis de Alava otro de los socios "donde una sequía formidable y el río virtualmente habla desaparecido. Tuvimos que llevar todo a pulso caminando por piedras muy resbaladizas, apenas cubiertas por una película de agua. Demoramos doce días en hacer 20 kilómetros. Muchas veces dormíamos a la vista del campamento anterior".

EL CASO DE LAS TARARIRAS HAMBRIENTAS
Sin embargo, tantas peripecias son largamente compensadas por las satisfacciones de la vida en ríos de dramática belleza. Arrastrados por las corrientes y el impulso de los remos, los tostados canoeros ven circular ante ellos compactos sauzales, sarandíes, rumorosos juncales, orillas pavimentadas con azulosas flores de los camalotes, insectos resplandecientes, patos, martín-pescadores, calandrias y a veces la furibunda llamarada de los ceibos. De vez en cuando abordan playitas recónditas donde despliegan la emoción de la caza, preparan sus pintorescas comidas y duermen cara a las estrellas, para continuar surcando solitarias rutas apenas el amanecer ponga centelleos dorados en las altas ramas de los higuerones.
Y por supuesto, en estas expediciones no faltan los lancea pintorescos. En los primeros días de enero de este año, en la gran creciente del Yí, varios, canoeros vivieron en las ramas de grandes sauces rodeados de agua. Debe haber sido la primer experiencia arborícola en el país. Aunque lo más curioso fue lo sucedido en el famoso viaje por el Arapey. Sobre el seco cauce no quedaban, como se ha dicho, más que algunos lagunones de escasa profundidad, donde los peces se morían de hambre. En cierta oportunidad, bajo el sopor del medio día que agobiaba, los canoeros estaban descansando frente a una de esas lagunas.
De pronto una bandada de patos pasó sobre el lecho del río a escasa altura. "Y entonces -relata Ariel Pazos- ocurrió lo increíble. Sobre la centelleante superficie del charco empezaron a saltar las tarariras hambrientas en una absurda tentativa por atrapar esa cosa que veían moverse sobre el agua. ¡Tarariras atacando patos! Nos costaba creerlo, pero ésa era la verdad. Algunos de los saltos elevaban a esos peces casi un metro fuera del agua."

5.000 REMACHES DE COBRE
Estos viajes son posibles no solamente en base a organización y entrenamiento, sino también por la resistencia pasmosa de esas canoas que tan frágil apariencia tienen. Filosas, esbeltas y ágiles, construidas al etilo de los indios canadienses, son capaces de arrastrarse sobre lechos pedregosos, chocar con troncos hundidos sin descalabrarse y volcar sin sumergirse. Diestramente pilotadas, sortean obstáculos a toda velocidad, llevan en sus vientres toda la carga necesaria y son a la vez vehículo y hogar de esos atléticos muchachos, que la han emprendido contra los ríos uruguayos.
La primera canoa fue hecha por Hugo XXX y Pablo Astiazaran en 1951. Éste fue el punto de partida para las decenas de embarcaciones que pronto habrían de pulular por las playas montevideanas y hender la añeja soledad de nuestros ríos.
Luego de esa primer experiencia, los socios del Uruguay Canoas Club, diseñadores y constructores de sus embarcaciones, han variado mucho los métodos y estilos de construcción. Ahora arman canoas livianísimas de 25 kilos de peso total. y otras enormes ventrudas, capaces de transportar pesada carga con el mínimo riesgo posible pues son involcables. Este último modelo está hecho con cientos de angostas y delgadas tablitas unidas al armazón por cinco mil remaches de cobre.
La construcción de estas canoas tiene como principal dificultad el tiempo que se emplea. Son varios meses cortando maderitas y fijando remaches. Meses de golpeteo y serruchar incesantes que aburren y hacen desistir a más de uno.
Pero, poco a poco, los 45 socios de este Club han ido fabricando, en su local de Amazonas y la Rambla, la abigarrada flota que a veces se ve junto a la arena de la Punta del Descanso.

APOYADOS POR LOS HOMBRES DE CIENCIA
La admisión de socios en el Uruguay Canoas es tan restringida como en el más empingorotado club londinense, aunque, sin duda, por diferentes razones. Los canoeros quieren constituir, antes que ninguna otra cosa, un grupo unido por la más perfecta camaradería.

Este puñado cabalmente coherente de muchachos realizan sus actividades ya sean estrictamente deportivas, ya sean aventuras por los ríos, con entusiasmo y método. Y es por esto mismo que han ido incorporando gradualmente una nueva faceta a sus objetivos, están tratando de extraer algún rendimiento científico de sus incursiones por los lugares más salvajes e intactos del país.
En sus trayectorias, ahora, realizan observaciones geológicas, botánicas, capturan animales de interés científico, levantan cartas de loa ríos (y de paso han comprobado granen errores de los mapas en uso), consignan profundidades, recogen muestras de arenas y piedras, etc. Del viaje al Queguay, por ejemplo, han traído variedades de peces que no estaban clasificados o se ignoraba, en los medios científicos, su presencia en el país. En el próximo viaje al Tacuarembó se proponen sobrevolar el río para fotografiarlo en todo su recorrido.

Este aspecto de las actividades del Uruguay Canoas Club no es, por su puesto ni el más importante ni el más organizado. Pero es preciso reconocer que el placer de recorrer nuestros desconocidos ríos tiene, de por sí, un valor científico, como lo ha reconocido el Prof. Jorge Chebatarof, quien nos ha animado a continuar visitándolos y describiéndolos con ayuda de fotos y otros documentos.

Bogando rumbo al mar abierto. En me muchas oportunidades, sobre sus frágiles embarcaciones solitarios, los canoeros se internan muchos kilómetros mar afuera, hasta perder de vista la costa.